Hace un par de días se divulgó en los medios colombianos la noticia de que en Bogotá, una conductora de autobús había sido atracada y violada por unos hombres que, acompañados de una mujer y amenazándola con armas blancas, tomaron el control del vehículo. La mujer fue encontrada semidesnuda y pasó un examen médico forense que confirmaba las agresiones, y se comenzó la investigación judicial, que continúa en proceso.
Desgraciadamente, y para confirmación de que el machismo impera por doquier te muevas en la latitud en la que te muevas, hoy me topo con las tendenciosas declaraciones de un tal General Palomino, quien aventurándose a emitir sentencia antes de que culmine la investigación judicial, verbaliza sin pelos en la lengua que dicha mujer miente y que ha interpuesto una denuncia falsa. Sus declaraciones no han parado de salir en los noticieros y de ser comentadas en las tertulias televisivas. Al menos, la consejera para la Equidad de la Mujer, Martha Ordóñez, ha pedido cuerda prudencia poco después de las declaraciones del General.
No he podido evitar sentir un doloroso déjà vu en referencia al caso ocurrido en Málaga hace menos de un año, sobre el escarnio público y los bárbaros juicios de valor que se hicieron en toda España ante la supuesta denuncia falsa de una joven que refirió haber sido violada por varios chicos en la Feria de la ciudad. Lo que Nuria Varela definió como una “violación social, mediática e institucional”, una historia con numerosos enigmas pero sobre la que toda la sociedad se hizo notar, y no precisamente de su mejor manera.
Hace un par de horas, escucho y leo que un grupo de 95 mujeres se preparan para los inicios de la excavación de la fosa común urbana más grande del planeta, en Medellín. La historia de Colombia es terriblemente dura y sangrienta, y las mujeres hacen pervivir el recuerdo de lo innombrable.
Quizás todo ese sufrimiento acumulado es el detonante de ese carpe diem que intuyo en la gente de acá. No hay nada que te haga apreciar más la vida, que te haga replantear qué estás haciendo con el tiempo que te queda, que una desgracia incontrolable. La fuerza de la fragilidad.
El otro día, en un conocido comercio de moda colombiano, mientras esperaba en la cola de los probadores, observé como una chica espectacularmente guapa y delgada, de no más de 25 años, salía de ellos ataviada con unos shorts para pedir, temerosa y obediente, el veredicto de un hombre (intuyo que su pareja) al menos 15 años mayor que ella. El tipo en cuestión le hizo darse la vuelta para después decirle que “le hacían gorda”. Al día siguiente, en una zapatería en otro barrio de la ciudad, me topo con otra mujer pidiendo permiso a su supongo que marido para probarse unas sandalias. El hombre, con rictus seco y serio, dictaba sentencia como experto en moda.
La cirugía estética es barata y cotidiana, las mujeres la desean y la sueñan como regalo de cumpleaños. Las melenas largas, los pechos grandes, los culos voluptuosos (aquí se dice las colas, culo es muy ofensivo) son la tónica dominante. Quien no lo tenga, que ahorre para operarse. Todas las presentadoras de televisión siguen ese patrón, todas las adolescentes naturales sufren su distancia del canon de belleza dominante. He de decir que las colombianas, en términos generales, me parecen unas mujeres guapísimas, aunque ya no sé qué tanto es natural y qué tanto esculpido a la carta. La estética manda y la preocupación es que lo más seguro no sea por una elección consciente. El mismo perro con distinto collar que en nuestro contexto, lo que hace ver desde la distancia con mayor claridad todo lo que nos determinan los estímulos a los que estamos expuestas desde que nacemos… y lo que nos limitan, aquí y en Pekín.
Y aquí sigo, en proceso de deconstrucción y en búsqueda de la fuerza de mi fragilidad…
Eva